A modo de introducción
“La única nación que reconozco, es la constituida por aquellas personas con las cuales comparto una sensibilidad en común”.
Me parecía adecuado comenzar con esta definición personal, que uso desde hace bastante tiempo y que en definitiva resume lo que trataré de desarrollar a continuación.
Cuando me plantearon integrar esta mesa me hice el cuestionamiento de si participar o no, cuestionamiento que me volví a hacer en el momento de redactar éste artículo. La razón principal de esta duda radica en mi postura ideológica, con la cual convivo desde hace más de 40 años y que reconozco, es absolutamente minoritaria ante el alza de los sentimientos nacionalistas tanto de izquierdas y derechas en el mundo actual y de reafirmación de las pertenencias identitarias. Por lo cual la pregunta que me surge es ¿cómo se enfrenta ante la temática de lo patrimonial, alguien que se define, siente y vive como apátrida, sin necesidad de una identidad nacional, sin arraigos y con costumbres en permanente construcción y destrucción?.
Debo aclarar ante todo de que no soy un estudioso del tema, ni un teórico, lo que voy a exponer aquí es simplemente una posición personal que fue edificada, como mencionaba al principio, desde hace mucho tiempo y que si bien no ha sido revisada, se ha ido reafirmando con el paso de los años.
Por otra parte me podría haber planteado una construcción discursiva sobre la importancia del patrimonio, pero no sería coherente con mi ideología y cosmovisión. Podría haber tomado el camino sencillo y hablar sobre la importancia de la reafirmación de lo patrimonial e identitario en relación a la afirmación de lo nacional, lo colectivo y los pueblos.
Cuando abordamos estos temas, no podemos dejar de lado lo que ideológicamente conlleva. Identidad, patrimonio, incluso tradición, no son conceptos neutrales o inocentes ideológicamente y responden profundamente a cómo nos posicionamos en la construcción de lo humano, en tanto colectividad y modelo político. Fomentar unas posturas u otras, directa e indirectamente, favorecen la generación de un tipo realidad, de una producción simbólica, y por consecuencia una construcción social y de poder determinados.
Qué imaginarios afirmamos y cuales descartamos, son decisiones estratégicas que no pueden estar separadas de un modelo de pensamiento con un claro anclaje ideológico.
Sobre la identidad
Me gustaría comenzar planteando dentro de mi marco de pensamiento, algunas de las cuestiones referentes a identidad, las cuales están inevitablemente implícitas en la construcción conceptual de lo patrimonial.
Según Javier Marcos Arévalo
159“Tradición, Patrimonio e Identidad son conceptos complejos, ambigüos y polisémicos; porque son construcciones sociales cuyos significados cambian dependiendo de la época, el tiempo histórico y según quienes los empleen y para qué fines los utilicen”...
“La identidad es una construcción social que se fundamenta en la diferencia, en los procesos de alteridad o de
diferenciación simbólica. Y la imagen de la identidad se conforma desde la percepción interior y desde la visión exterior. Por una parte está el cómo nos vemos (adscripción voluntaria), y por otra, el cómo nos perciben (identificación). La identidad refiere un sistema cultural (tradición y patrimonio) de referencia y apunta a un sentimiento de pertenencia.
Es decir la identidad se fundamenta en una construcción real y en una construcción ideológica, que jerarquiza y fetichiza unos símbolos supuestamente propios, mediante los que se canalizan, cíclicamente, las energías y los sentimientos colectivos; porque los procesos de construcción de las identidades son, como observara Juan José Pujadas (1993), procesos ideológicos (conjunto de representaciones, valores, creencias y símbolos), procesos políticos (con la finalidad de marcar los límites entre nosotros y ellos) y procesos culturales (la historia y la tradición), que representan el vínculo genealógico y la herencia cultural.”
Debemos preocuparnos de la retracción del pensamiento universalista, en favor de la tendencia actual de reafirmación de lo nacional, regional, de la fragmentación emocional de la cual somos presa a pesar de un creciente fenómeno de globalización. No estamos hablando aquí de superar las diferencias culturales, que se dan dentro de las dinámicas regionales, históricas, sino de no profundizar en la singularidad de cada individuo como una construcción única de identidad.
Atentos a los mecanismos de construcción de alteridades simbólicas, que responden mayormente a una concepción basada en la afirmación y exacerbación de nuestras supuestas diferencias, que facilitan los elementos de control y de poder existentes.
Por su parte el Prof. Pedro Gómez en un editorial de la Gazeta de Antropología escribe:
“En el plano práctico, la visión identitaria favorece siempre una ética y una política de signo reaccionario.
Pues se opone a la crítica racional, en la medida en que postula o exige a la gente una profesión de fe en un “ser colectivo” hipostasiado e incuestionable. ... Toda identidad sociocultural esencializada, sea étnica, nacional, o sexual, recluye a sus seguidores en una cárcel ontológica. Porque los postulados de la adhesión identitaria reclaman la anulación de la propia libertad personal, así como la exclusión -y hasta la aniquilación- de quienes no la compartanLo primero es señalar que, cuando la caracterización de una colectividad se designa como "identidad", se está implicando el desconocimiento o la negación de la diversidad interna a esa colectividad. Este enfoque supone, en el fondo, cierta idea de determinismo social, tendente a la imposición de un estereotipo esencialista sobre los individuos concretos: una visión del mundo arcaica, o al menos premoderna. Propende hacia una cosificación sustancialista de la vida social, a partir de la cual se devalúa el papel de los acontecimientos cambiantes y el devenir histórico, como tratando, en último término, de suprimir a toda costa el tiempo.”
Coincidiendo con lo expresado anteriormente me interesa definir mi identidad como una mezcla única, no como parte de un discurso simplificador, reduccionista y empobrecedor, relacionado a una serie de usos y costumbre que se me imponen solo por el hecho de haber nacido en un territorio, con una historia y que me encorseta a una serie de tópicos culturales.
Ese concepto en donde se me impone “un nosotros y un ellos”. Concepto que se quiere presentar como inevitable, positivo, en tanto yo pertenezco a una comunidad específica, planteando un falso valor de identidad de un grupo en detrimento de la verdadera riqueza humana.
Reivindico por lo tanto la libertad de considerar mi identidad como una elección propia y dinámica. Producto obviamente de una combinación única de historia personal y contraponiendose a la visión reaccionaria sobre la identidad como “cárcel ontológica”. Yo tengo que estar preparado para una conciencia dinámica, sujeto al cambio continuo, no puedo estar pensando en procesos anclados en situaciones o contextos estáticos, desde el punto de vista patrimonial también se expresa de esa forma, lo hoy considero como patrimonio, mañana puede que ya no lo sea. Cambié como persona y lo que fue patrimonio mío en determinado momento personal, no lo es en otro momento. Patrimonio que es personal, pero que al coincidir con otros individuos en un momento dado, podemos definir o sentir determinado fenómenos culturales como comunes e importantes para elevarlos al estatus patrimonial.
160“Desde el punto de vista teórico y epistemológico, no es de extrañar que el paradigma identitario derive de la peor filosofía de los siglos XIX y XX; una veta que atraviesa desde el romanticismo hasta la posmodernidad. Se sustenta en el discurso de tipo particularista y diferencialista, que exalta por principio cualquier rasgo empírico diferenciador, elevándolo arbitrariamente al rango de clave del propio ser y de la propia singularidad, hasta el punto de producir un ocultamiento de lo que hay en común y de la identidad humana compartida.”
Me interesa en este punto aportar una reflexión de Amin Maalouf en su libro “Identidades Asesinas” en el cual nos plantea el siguiente ejercicio.
“Sigamos en Sarajevo. Hagamos allí, mentalmente, una encuesta imaginaria. Vemos, en la calle, a un hombre de cincuenta y tantos años. Hacia 1980, ese hombre habría proclamado con orgullo y sin reservas; "!Soy yugoslavo!"; preguntando un poco después, habría concretado que vivía en la República Federal de Bosnia-Herzegovina y que venía, por cierto, de una familia de tradición musulmana. Si lo hubiéramos vuelto a ver doce años después, en plena guerra, habría contestado de manera espontánea y enérgica: "!Soy musulmán!" Es posible que se hubiera dejado crecer la barba reglamentaria. Habría añadido enseguida que era bosnio, y no habría puesto buena cara si le hubiésemos recordado que afirmaba orgulloso que era yugoslavo. Hoy, preguntando en la calle, nos diría en primer lugar que es bosnio, y después musulmán; justo en ese momento iba a la mezquita, añade, y quiere decir también que su país forma parte de Europa y que espera que algún día se integre en la Unión Europea. ¿Cómo querrá definirse nuestro personaje cuando lo volvamos a ver en ese mismo sitio dentro de veinte años? ?Cuál de sus pertenencias pondrá en primer lugar? ? Será europeo, musulmán, bosnio...? ?Otra cosa? ?Balcánico tal vez? No me atrevo a hacer un pronóstico.
Todos esos elementos forman parte efectivamente de su identidad. Nació en una familia de tradición musulmana; por su lengua pertenece a los eslavos meridionales, que no hace mucho se agruparon en un mismo Estado y que hoy vuelven a estar separados; vive en una tierra que fue en un tiempo otomana y en otro austriaca, y que participó en las grandes tragedias de la historia europea. Según las épocas, una u otra de sus pertenencias se "hinchó", si es que puede decirse así, hasta ocultar todas las demás y confundirse con su identidad entera. A lo largo de su vida le habrán contado todo tipo de patrañas. Que era proletario, y nada más. Que era yugoslavo, y nada más. Y, más recientemente, que era musulmán y nada más; hasta es posible que le hayan hecho creer, durante unos difíciles meses, !que tenía más cosas en común con los habitantes de Kabul que con los de Trieste!”
Acerca del Parque Temático Multicultural y de las Estrategias
Nicolas Bourriaud se pregunta en su libro El Radicante:
161“Por qué a un artista iraní, chino o patagónico se le conminaría a producir su diferencia cultural en sus obras mientras que a un estadounidense o a un alemán se le juzgará más bien en función de su crítica de los modos de pensamiento y su resistencia a los dictámenes del poder y las imposiciones de las convenciones? Sin un espacio cultural común, desocupado desde la quiebra del universalismo modernista, el individuo occidental se siente obligado a mirar al Otro como a un representante de lo Verdadero, y desde un lugar de enunciación del que estamos separados por un tabique.“
Y a continuación se cuestiona sobre el multiculturalismo posmoderno:
El multiculturalismo posmoderno fracasó en inventar una alternativa al universalismo modernista puesto que volvió a crear, allí donde se aplicó, anclajes culturales o arraigos étnicos. Porque, al igual que el pensamiento clásico occidental, funciona a partir de pertenencias: un trabajo de artista se ve ineluctablemente explicitado por la "condición", el "estatuto" o "el origen" de su autor: la obra de un artista negro, de una lesbiana o de un gay, de origen camerunés o hijo de inmigrantes mexicanos, será mecánicamente leída a través del prisma de este marco biopolítico no menos normativo sin embargo que cualquiera de los otros. Cada uno se ve así localizado, matriculado, atado a su lugar de enunciación, encerrado en la tradición de la que él o ella proviene. "¿Desde dónde hablas?" pregunta la crítica, como si el ser humano estuviera siempre en un solo lugar y dispusiera de un solo tono de voz y un idioma único para expresarse. Este es el ángulo muerto de la teoría poscolonial aplicada al arte, que concibe al individuo como definitivamente asignado a sus raíces locales, étnicas o culturales.
Toni Negri y Michael Hardt- agregan a este concepto “El posmodernismo es de hecho la lógica por la cual el capital opera" ya que constituye "una excelente descripción de los esquemas capitalistas ideales del consumo de bienes, a través de nociones tales como la diferencia, la multiplicidad de culturas, el mestizaje y la diversidad."
Me apoyo en mi coincidencia con los anteriores conceptos, para comentar que se desprende de dichos textos de que hay una suerte de culpa poscolonial, de que nos sentimos que tenemos que proteger, como ejemplo, a las culturas minoritarias, adjudicándonos como buenos occidentales superiores, la potestad de discernir que proteger y que no. Y poniéndonos inconscientemente en ese lugar de privilegio y sabiduría, que por otra parte decimos rechazar. En definitiva Occidente sigue determinando y clasificando los derechos de unos y otros.
Igualmente no dejo de reconocer que detrás de dicha postura, en muchos de las ocasiones hay realmente buenas intenciones y que en muchos de los casos es una estrategia necesaria para evitar el avasallamiento de intereses hegemónicos y de poder.
Se comprende perfectamente que ante ciertas situaciones de debilidad ideológicas, sea necesario trabajar con grupos humanos, afirmando el sentimiento de pertenencia y de identidad. Eso puede favorecer determinados mecanismos personales y colectivos que son positivos para una mejora de su situación social y cultural considerado como objetivo a corto o mediano plazo. Ya que a largo plazo seguimos fomentando la afirmación implícita de que hay un nosotros y un ellos. Sentimiento y visión que está universalmente extendido, a través de las diferentes afirmaciones nacionales existentes.
Se entiende de que para combatir el racismo, la homofobia u otro ataque a lo supuestamente diferente, hay que potenciar la afirmación de un colectivo. Pero a la vez, indirectamente, estamos afirmando de que hay una diferencia constituida y válida, ya sea por el color de piel o la orientación sexual. Estoy afirmando de que esos elementos realmente constituyen una diferenciación significativa entre nosotros. Cuando realmente, desde un punto de vista ideológico y cultural, no debería ni plantearse como característica relevante más allá de lo anecdótico. Es precisamente la capacidad que tenemos para discriminar al otro, lo que genera la necesidad de afirmaciones en lo cultural y grupal como mecanismo de defensa de un grupo social que se une por ciertas características que son observadas por otro colectivo como diferenciadoras.
162Es preocupante percibir la permanente necesidad que poseemos de marcar las diferencias por encima de lo que nos une como humanos.
Plantearnos que el color de la piel, la sexualidad, el género u otra forma de agrupación arbitraria de características humanas, pueda elevarse a la categoría de valores negativos, positivos o diferenciadores, parecería ser una forma de patología de la especie que integramos.
A modo de conclusión: El Radicante Identitario
Como decía al principio la única nación que reconozco, es la constituida por aquellas personas con las cuales comparto una sensibilidad en común.
El único país que reconozco es aquel habitado por esos individuos y cuyas fronteras son levantadas hacia aquellos individuos que violentan esa sensibilidad
Limitarme como persona, a aceptar que por el hecho de haber nacido en una porción geográfica determinada, delimitada política e históricamente por otros, tenga que incorporar necesariamente su construcción simbólica y que la suma de estas circunstancias finalicen condicionando mi identidad, constituyendo un supuesto “mis orígenes, mis raíces”, es algo que rechazo profundamente.
Como individuo único, tengo la obligación de trascender esa concepción empobrecedora. Nadie está negando de que se generen lazos afectivos y emocionales en un contexto dado, pero también los genero en el devenir de mi vida. A este proceso lo yo llamo “el radicante identitario”, en la medida que voy migrando por el mundo y por la vida e incorporando conciente e inconcientemente diferentes experiencias que me van modelando y con las cuales puedo identificarme o no. Es absolutamente limitante el arraigarse a una supuesta realidad construida por un colectivo, sin cuestionarla.
Dentro de esta conformación de imaginarios territoriales, supuestas identidades comunes, se agrega el concepto de “mi gente”. Mi gente es también una construcción dinámica de sentimientos, afectos, historias comunes que se realizan en el correr de nuestra vida y están en permanente cambio. “Mi gente” pueden estar en Croacia, Afganistán, o cualquier otra región, especialmente si usamos el ejemplo de que en “mi territorio” han nacido torturadores, militares golpistas, con quienes desde la escuela fuimos educados a compartir simbologías comunes y creer que el condicionamiento territorial e histórico generaba valores comunes.
Y como escribía más arriba sobre lo estratégico, sin duda que para lograr ciertas concientizaciones muchas veces tenemos que incurrir en la afirmación de una falsedad conceptual, que es la afirmación de lo local como valor, para lograr un fin.
Me preocupa en este sentido la imposibilidad de una construcción de lo humano más amplia, más universal sin tener que apoyarnos en la afirmación de lo local, en la falsa creencia que eso ayuda a la construcción de una sociedad diferente.
Por mi parte, más allá de éstas consideraciones estratégicas, no lo siento válido dentro de mi planteo de construcción de los humano.