En el año 2002, el antropólogo mexicano Eduardo Nivón, en un artículo para la extinta revista Pensar Iberoamérica al analizar la situación de las políticas culturales de los organismos multilaterales señaló que el problema de la cooperación cultural de la región era la pobreza de sus aspiraciones. Dieciséis años después, a pesar de que la agenda regional ha sido copada por los paradigmas bautizados con el adjetivo de creatividad: ciudadanía creativa, economía creativa e industrias creativas y, existe una notable efervescencia de encuentros, eventos y proyectos para pensar la cultura; la falta de orientación estratégica de las políticas culturales multilaterales sigue latente.
La sobreposición de las agendas y la dispersión de esfuerzos de los organismos culturales multilaterales-OCM- es en pocas palabras el común denominador a la fecha. Incluso, en los últimos años, el silencio de dos actores que fueron emblemáticos en la cooperación cultural durante los años 90´s y la primera década del siglo XXI, el Convenio Andrés Bello –CAB- y la Organización de Estados Iberoamericanos –OEI-, ha propiciado un vacío estratégico sin precedentes. Atrás quedaron las experiencias de cooperación inter-multilateral desde donde intelectuales latinoamericanos y especialistas de las instituciones culturales, impulsaron iniciativas a largo plazo como la Carta cultural iberoamericana y propusieron nuevas formas de pensar y leer (analizar) lo cultural desde la diversidad cultural que nos caracteriza.
No en vano podemos afirmar que a puertas de la tercera década del siglo XXI, el multilateralismo cultural de la región ha trabajado aisladamente sin logrado descifrar qué está pasando en lo cultural hoy. La mayoría de las reflexiones que propician cada una de las organizaciones multilaterales siguen estancadas en la ejecución de proyectos de corto plazo, centrados en su mayoría en la lógica del emprendimiento cultural, sin entender qué está pasando con las formas de crear, divulgar, vivir y compartir la culturaNo simplemente como la noción clásica de la Unesco de 1982 a la que se han afiliado la mayoría de los ministerios culturales de la región latinoamericana, sino que entendemos la cultura como la forma de vivir juntos. en medio de una sociedad de la cibercultura que ya no tiene reversa. El multilateralismo cultural ha dado por hecho que lo digital transformó la oferta y la demanda cultural, pero no ha logrado generar conocimiento sobre cómo las nuevas formas de acceso y apropiación de los contenidos simbólicos transmedia alteran las llamadas cadenas de valor de las industrias creativas. Más aún, frente a los pocos temas que están actuando, en especial orientados hacia la protección y salvaguardia del patrimonio cultural y la valoración económica de la cultura, están duplicando esfuerzos, dejando aplazados debates claves como la garantía de los derechos culturales y los efectos de la cultura para el fortalecimiento del capital social y el bienestar social.
La pregunta que surge entonces es ¿cómo llegamos a esta situación? Precisamente para abordar estos aspectos, este texto analiza la evolución de las agendas culturales de los organismos multilaterales, haciendo énfasis en los actores estratégicos y temas recurrentes. Posteriormente, plantea los desafíos a mediano plazo de los OCM y el rol del Brasil cultural para atender a estos retos.
21A. Etapas de las políticas culturales multilaterales
Desde el siglo XX, en América Latina, el multilateralismo como mecanismo de interacción estatal que promueve el diálogo entre iguales ha buscado fundamentalmente el fortalecimiento de intercambios comerciales y el estrechamiento de lazos institucionales para actuar frente a problemas comunes. Sin embargo, a estancias de un panorama político fuertemente marcado por relaciones internacionales de centro-periferia, los procesos de integración latinoamericana han estado circunscritos a la defensa de un proyecto político en concreto (izquierda – derecha) y los debates de las fuerzas políticas internas de cada Estado. Este denominador común ha sido constante desde la creación del primer gran órgano panamericano multilateral, la Organización de Estados Americanos (OEA) que cobró vida en el año 1948, hasta los últimos intentos por consolidar la llamada Alianza del Pacífico o el Alba.
A la fecha si bien en el ámbito latinoamericano coexisten veinte y seis organismos multilateralesVer Anexo 1. Listado de organismos multilaterales de origen latinoamericano., sólo dos fueron creados con competencias de trabajo únicamente enfocadas en el sector cultural: el CAB y el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina, el Caribe, España y Portugal. Los otros, han incursionado en el tema paulatinamente porque en algún momento en sus tratados constitutivos se incorporó funciones en este tema o porque durante el transcurso de sus labores han impulsado acciones al respecto. Para entender mejor cómo se han dado estas siete décadas de multilateralismo cultural en la región, podemos identificar tres etapas claramente diferenciadas por la intencionalidad de las políticas impulsadas y sus énfasis temáticos: I Etapa (1948-1981), la cultura como anexo; II Etapa (1982-1999) la cultura como marca de identidad; III Etapa (2000-2017) la cultura como activo económico.
I Etapa (1948-1981), la cultura como anexo
En 1948, la Carta de la OEA en su Artículo 2 definió que entre las funciones de la naciente instancia estaba la necesidad de promover el desarrollo económico, social y cultural. Desde este espacio político que tenía como escenario de fondo la Guerra Fría, la prioridad del diálogo democrático limitó la noción de lo cultural a un simple elemento accesorio a las iniciativas de cooperación entre Estados, sin consecuencias prácticas para el sector cultural.
Será sólo hasta los años 70´s, cuando en el marco del proceso de integración del llamado Pacto Andino, hoy Comunidad Andina de Naciones, se pensó el primer organismo multilateral regional con objetivos específicos en el ámbito de la cultura: el Convenio Andrés Bello.
Lo interesante es que en ese momento la integración cultural latinoamericana ante la inexistencia de instituciones nacionales encargadas de las políticas culturales, fue pensada a partir del trabajo desarrollado por las cancillerías y los ministerios de educación que compartían las responsabilidades de ejecutar los objetivos específicos de cada una de sus carteras, y a la vez promover la visibilidad de las expresiones culturales de sus países. Esta particularidad condujo a que durante la década de los años 70´s, las iniciativas culturales del Convenio Andrés Bello se ciñeran a programas de divulgación de obras literarias clásicas y la exposición de obras de arte. Se destaca por ejemplo, que desde el CAB, los ministerios de educación promovieron a partir de 1973, concursos de cuentos infantiles y pintura, exposiciones y recopilaciones de música, el programa de enseñanza de la historia y la creación del Instituto Andino de Artes Populares, hoy denominado Instituto Iberoamericano del Patrimonio Natural y Cultural –Ipanc-. (CAB, 2016: 42)
22En ese primer momento, la intencionalidad de este multilateralismo cultural era promover el conocimiento mutuo para visibilizar la riqueza cultural de cada Estado Miembro y propiciar el imaginario de una identidad común latinoamericana fundamentada en el uso de una lengua común y un pasado colonial similar. En 1978, a través del auspicio de la Fundación Konrad Adenauer, el CAB inició el proyecto Expedición Andina para promover la integración cultural a través de series de televisión, radio e impresos que buscaban resaltar el patrimonio cultural y crear conciencia sobre su preservación. Este se convirtió en la iniciativa más emblemática de los primeros veinte años del organismo y produjo 11 programas de cine y 252 programas de radio divulgados por 301 radiodifusoras de la región. (CAB, 2016: 42)
Ese mismo año, 1978, se celebró en Bogotá por iniciativa de Unesco la Conferencia Intergubernamental sobre Políticas Culturales en América Latina y el Caribe. Este espacio de reflexión que hacia parte del proceso de conferencias regionales que había iniciado Unesco en el año 1972 en Helsinki, luego efectuado en Yogykarta, Asia en 1973, realizado en Acera, África en 1974, se llevaba a cabo finalmente en la región con el objetivo de subrayar la importancia de la cultura en el desarrollo. Específicamente la declaración de esta reunión manifestó que “la cultura y su desarrollo están estrechamente ligados a la comunicación, a la educación, a la ciencia y a la tecnología, y, en consecuencia, las políticas relativas a cada uno de estos campos deben ser concertadas en el cuadro de la concepción de un desarrollo integralLa dimensión cultural, base para el desarrollo de América Latina y el Caribe: desde la solidaridad hacia la integración. BID, 2000. Argentina. Página 21.“.
Lo curioso es que a pesar de la falta de institucionalidad estatal de orden ministerial, durante esta primera etapa los ordenamientos jurídicos internos de la mayoría de los Estados latinoamericanos tenían leyes de cultura que incentivaban sectores específicos, en especial, aquellos que durante la primera mitad del siglo XX comenzaron a impulsarse en la región: la industria editorial, el teatro, las sinfónicas, el cine y bibliotecas nacionales. Precisamente para tratar de identificar cuáles eran los énfasis de estas leyes y proponer cursos de acción, en 1981 el CAB inició la compilación de las leyes de cultura existentes de Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y VenezuelaA partir de este proceso, se iniciaría una línea de trabajo en derecho de la cultura, que posteriormente impulsó en los años 90´s la Cátedra Andrés Bello de Derechos Culturales e inspiró la creación del Doctorado en Derecho a la Cultura con la Universidad Carlos III de Madrid..
II Etapa (1982-1999) la cultura como marca de identidad
Al iniciar los años 80´s, el multilateralismo como accionar de los estados comenzaba a tomar fuerza en todas las regiones del mundo, ante el reacomodo de las fuerzas políticas que empezaban a deslumbrar el fin de la Guerra Fría y por ende, del mundo bipolar. La Unión Europea para ese entonces ya tenía avanzado su camino como bloque geopolítico y comenzaba a preguntarse cómo lograr que los ciudadanos de estados tan culturalmente diversos y divididos por más de 24 lenguas oficiales y una larga historia de confrontaciones bélicas entre sí, podrían llegar a reconocerse como europeos. En medio de estos debates, el Consejo y el Parlamento Europeo comienza a visualizar en 1985 el reconocimiento del patrimonio cultural y la diversidad cultural como la estrategia de cohesión social de la sociedad europea, por lo cual crean la figura de la capital europea de la cultura con Atenas como la primera metrópoli que representaba esa unión en la diversidad.
23En paralelo, otro gran debate sería transcendental para el mundo cultural en los años 80´s. Las ideas del economista Amartya Sen que extendieron la noción del desarrollo para incorporar la importancia del goce de mundos simbólicos, rápidamente tuvieron eco en el ámbito cultural puesto que reivindicaban el papel de la cultura más allá de ser un simple anexo y por ende, se dejaba atrás el papel reduccionista de lo cultural al espacio de ocio de las reuniones en el ámbito de las relaciones internacionales. La primera gran expresión de esta nueva forma de pensar el multilateralismo cultural se dio precisamente desde México. En 1982, el país azteca fue escenario de la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales impulsada por Unesco, para darle un nuevo carácter a las relaciones culturales entre estados. Concretamente la Declaración de 1982 señalaba que:
“la cooperación cultural internacional debería fundarse en el respeto a la identidad cultural, la dignidad y valor de cada cultura, la independencia, las soberanías nacionales y la no intervención. Consecuentemente, en las relaciones de cooperación entre las naciones debe evitarse cualquier forma de subordinación o sustitución de una cultura por otra. Es indispensable, además, reequilibrar el intercambio y la cooperación cultural a fin de que las culturas menos conocidas, en particular la de algunos países en vías de desarrollo, sean más ampliamente difundidas en todos los países”.
La contundencia de las propuestas de México 1982 no sólo fueron claves para pensar las políticas culturales a partir de la noción de entender la cultura como la forma de vivir juntos, sino que además propició una nueva etapa de las políticas de los OCM. Su foco en el respeto a la identidad y promoción de la diversidad cultural hizo eco en los diversos organismos multilaterales que tenían presencia en la región y para los cuales lo cultural había sido por varios años un simple adjetivo. Fue así como en 1985, durante la 61ª reunión del Consejo Directivo de la Oficina de Educación Iberoamericana, se aprobó el cambio de Estatutos para para convertirla en la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Más allá del cambio del nombre, con esta nueva forma de trabajo de este organismo multilateral, los ministros de educación de los países miembros reconocían la importancia de comenzar a actuar en la integración cultural y crearon tres instancias claves en la cooperación latinoamericana: las conferencias iberoamericanas de educación, cultura, ciencia y tecnología como órganos consultivos. Sin lugar a dudas, la institucionalidad dada a la conferencia de cultura fue un paso transcendental para que a través de la participación de representantes nacionales del sector cultural se comenzará a diseñar propuestas de intercambio cultural.
En esa misma línea, en la segunda mitad de los años 80´s, Caricom creó un Comité cultural regional con la intención de promover una bienal de películas, la reimpresión de obras literarias raras y agotadas, la promoción de la industria editorial y la celebración de un festival de arte regional. De este listado de funciones, sólo se ejecutó la más coyuntural, Carifiesta, en Jamaica en 1986, mientras que las otras propuestas quedaron a mitad de camino. (Rey, 2009)
24Dos años después, la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) se dio a la tarea de plantear el Acuerdo de Alcance Parcial de Cooperación e Intercambio de Bienes en las áreas Cultural, Educacional y Científica (1988), con el objetivo de:
“propender a la formación de un mercado común latinoamericano de bienes y servicios culturales destinado a darle un amplio marco a la cooperación educativa, cultural y científica de los países signatarios y a mejorar y elevar los niveles de instrucción, capacitación y conocimiento recíproco de los pueblos de la región6. Artículo 1. Acuerdo aprobado el día 27 de octubre de 1988.“.
Desde ese momento cobraría vigencia uno de los objetivos más reiterados del multilateralismo cultural latinoamericano: la propuesta de crear un mercado común cultural a partir de la ventaja competitiva que compartir una misma lengua. Precisamente esa lógica de valorar lo oral y literario llevó a que durante la Primera Reunión de Ministros de Cultura del llamado Grupo de los 8, se planteará como proyecto estrella la apertura de una Biblioteca Popular latinoamericana. Años después y como consecuencia de ese primera reunión de Caracas se impulsó el Encuentro Latino-Caribeño de Televisión Cultural y el Foro Iberoamericano de Integración Cinematográfica.
Se trata de una época muy interesante para el mundo cultural latinoamericano, porque recuérdese que ante la inexistencia de carteras de cultura en la mayoría de los países de la región, son los gestores culturales, intelectuales y gremios del sector que motivan la ejecución de proyectos de integración cultural con la intencionalidad de crear una idea de latinoamericanismo para lograr divulgar las expresiones locales y crear un mercado de las incipientes industrias culturales. Las industrias editoriales de Argentina y México comenzaban a explorar dónde estaban los nuevos exponentes del Boom Latinoamericano para llegar a nuevos lectores ávidos de las narraciones que se habían despertado con García Márquez y Vargas Llosa. La industria cinematográfica mexicana y la televisión azteca comprendían muy bien en esos inicios de los años 80´s, los procesos de representación simbólica de sus personajes y el potencial de venta de sus contenidos audiovisuales amparados por personajes que se entendían desde Argentina a la frontera con Estados Unidos.
En paralelo, por iniciativa de Brasil y con apoyo de la oficina regional de Unesco en América Latina se efectuó el primer Foro de Ministros de Cultura y Responsables de las Políticas Culturales de América Latina y el Caribe en 1989. Con la Declaración de Brasilia, producto de esta primera reunión, no sólo se pone el foco hacia el objetivo estratégico de propiciar la circulación de bienes y servicios, los medios audiovisuales, el libro, la biblioteca y el fomento de la lectura, sino que además se mandaba un mensaje directo aquellos países que hasta ese momento no tenían una institucionalidad nacional dedicada a una agenda cultural. La consolidación de las relaciones internacionales en el ámbito cultural requerían de una titularidad ministerial. En ese sentido, el multiculturalismo cultural propiciado por el Celalc, el CAB, la OEI y el entonces Centro Regional para el fomento del libro en América Latina y el Caribe, un organismo de categoría dos de Unesco con sede en Bogotá y dedicado exclusivamente para promover la circulación de obras literarias y el fomento de la lectura, fue reiterativo a lo largo de los años 90´s en la necesidad de establecer los ministerios de cultura.
25Precisamente en 1990 se dan dos encuentros de esta índole, el Segundo Encuentro de Ministros de Cultura de América Latina y el Caribe, llevado a cabo Mar del Plata, Argentina, y la Tercera Reunión de Ministros de Cultura de México. En esta última, se acordó institucionalizar el foro de ministros como mecanismo permanente de consulta para fomentar la adhesión de los países al Convenio de Integración Cinematográfica Iberoamericana; impulsar el Acuerdo para el Mercado Común Cinematográfico Latinoamericano y el Acuerdo de Coprodución Cinematográfica Latinoamericana e impulsar la efectiva adhesión y cumplimiento del acuerdo cultural de ALADI. (Rey, 2009)
Sin embargo, tras más de 17 versiones, las últimas cuatro bajo la coordinación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y caribeños (CELAC), salta a la vista que este espacio de integración cultural ha sido más de carácter declarativo, que en efecto práctico. A la fecha, esta institucionalidad, que desde el año 2010 está a cargo del Organismo multilateral de Celalc, no ha desarrollado una agenda cultural propia, ni planteado acciones con una línea estratégica clara.
Cabe resaltar que adicional a los intentos de la ALADI por crear un mercado común de bienes culturales y educativos, en 1994 los países del Grupo Andino suscribieron la Carta Social Andina y en 1995, en el marco integracionista centroamericano, se firmó el Tratado de la Integración Social Centroamericana. Ambos documentos contienen disposiciones referentes al tema de la integración cultural y la circulación de bienes culturales, sin embargo, al igual que las disposiciones adoptadas por ALADI a lo largo de los años 90´s, estas carecieron de mecanismos para garantizar su eficacia. Demostrando cómo desde esta época el multilateralismos cultural latinoamericano se ha caracterizado por la duplicación de funciones frente al mismo tema y la dispersión de esfuerzos ante la falta de claridad sobre el ámbito de acción de cada organismo y la inexistencia de planes estratégicos concretos.
Las únicas dos organizaciones multilaterales que durante los años 90´s lograron proponer una integración cultural con planes más a largo plazo, fueron el CAB y la OEI. Coincidencialmente en ambas, a pesar de que en el primero no había una representación directa de los ministerio de cultura y en el segundo, la conferencia de cultura no lograba reunir directamente a todos los titulares de las carteras de cultura, sino a sus delegados, en los años 90´s ambas organizaciones lograron convertirse en aliados claves para pensar temas estratégicos para los cuales las incipientes instituciones nacionales de cultura no tenían personal humano capacitado, ni las herramientas técnicas para hacerlo. Es así como estos dos escenarios de integración se convirtieron en faros de pensamiento para orientar a los países miembros sobre hacia dónde debería ir la gestión cultural, cómo orientar la legislación cultural y qué herramientas desarrollar para justificar en una época de fuertes recortes presupuestales impulsados por la lógica neoliberal, la inversión pública en la cultura no como un gasto, sino como una inversión con retornos positivos.
A finales de los años 90´s, las incipientes estructuras técnico administrativas de los ministerios de cultura, se enfrentaban a múltiples desafíos. No sólo estaban llamadas a responder a los retos culturales de los procesos de apertura democrática que se extendían a lo largo y ancho de América Latina y que denotaban la importancia de la protección de los derechos culturales de las minorías étnicas, sino que además tenían un telón de fondo muy complejo: la emergencia de la sociedad del conocimiento.
26III Etapa (2000-2017) la cultura como activo económico
El siglo XXI, inicia así en el ámbito del multilateralismo cultural con muchos debates pendientes y una incipiente institucionalidad cultural nacional que le tocó nacer, crecer y llegar a la edad adulta en poco menos de una década. Ante este panorama dinámico, pero a la vez incierto, el Banco Interamericano del Desarrollo y el Convenio Andrés Bello se unieron para recomendar rutas de acción a los países miembros sobre la relación cultura y desarrollo. Era la primera vez que el BID incursionaba en estos temas, por lo que optó por financiar una serie de encuentros entre intelectuales y técnicos de los ministerios de cultura de la región para pensar cómo afrontar la emergencia del llamado paradigma de la sociedad de la información de Manuel Castells que habían llevado a pensar lo cultural con otros ojos y su relación con la teoría del Desarrollo Humano. (CAB, 2001)
Fue así como en el año 2000, como a través de la cooperación inter-multilateral entre el BID y el CAB se realizó el Seminario internacional La tercera cara de la moneda, desde donde intelectuales como Carlos Monsiváis, Guillermo Sunkel y Salomon Kalmanovitz se preguntaron por tres ejes fundamentales. En primer lugar, los efectos económicos del crecimiento y la recesión en el gasto público y privado cultural, en una época en la que la inestabilidad económica y la frecuencia de las crisis financieras hacía al sector vulnerable la dinámica macroeconómica. Segundo, cómo se podía fortalecer el comercio interregional de bienes y servicios culturales para visibilizar aquellas voces que estaban en la periferia cultural latinoamericana (Hopenhayn, 2001). En tercer lugar, qué información proporcionaba los estudios de consumo cultural que se estaban diseñando en la región a partir del pensamiento del mexicano García Canclini y cómo éstos podían proporcionar información útil para que los gestores culturales pudieran responder a los retos de la llamada sociedad del conocimiento.
Sin lugar a dudas, este momento, al igual que el proceso de aprobación de la Carta Cultural Iberoamericana, en 2006, fueron los únicos dos que podríamos identificar como estratégicos para pensar la política cultural multilateral a largo plazo. En la primera década del siglo XXI, el Convenio Andrés Bello se encontraba en su mejor momento económico y técnico, por lo cual logró capitalizar su experiencia adquirida a través de los programas de formación de gestores culturales, investigaciones sobre los efectos económicos de las industrias culturales en Bolivia, Chile, Colombia y Venezuela, para proponer la necesidad de diseñar metodologías que permitiesen corroborar los aportes económicos, sociales y culturales de los bienes y servicios culturales para las economías nacionales. Como resultado, este OCM actúo fundamentalmente en el patrimonio cultural como elemento de identidad latinoamericana e invirtió la mayoría de sus esfuerzos en visibilizar la cultura como activo económico. No en vano desde este espacio, entre el año 2006 y 2009 se diseñó la metodología de las Cuentas Satélites de cultura, la cual permite dimensionar los flujos económicos asociados a las actividades de producción de bienes y servicios culturales, utilizando los mismos estándares, conceptos y sistema de reglas contables que los bancos nacionales e los institutos de estadística utilizan para valorar el peso de sectores como la manufactura, las confecciones o el turismo.
27Con la atención puesta también en la identificación de los activos económicos de la cultura, otros organismos multilaterales de la región comenzaron apoyar a sus Estados miembros en el desarrollo de cartografías culturales, mapas de infraestructura cultural y sistemas de información cultural que les permitieran caracterizar los lugares, actores y productos claves para la generación de ingresos.
El BID se vio abogado a financiar varias iniciativas de esta índole especialmente en Centroamérica, mientras que la Organización de Estados Americanos, por ejemplo, decidió impulsar un diálogo político de alto nivel para que el tema llegará a las agendas de los presidentes. En ese sentido, la OEA emprendió las llamadas Reuniones Interamericanas de Ministros y Máximas Autoridades de Cultura, que si bien en algunas ocasiones se alimentaron de investigaciones sobre la realidad del sector latinoamericano e impulsó, por ejemplo en el año 2013, la publicación del estudio El impacto económico de las industrias creativas en las Américas, en común acuerdo con el BID y el Consejo Británico, así como financió el proyecto de armonización de las Cuentas Satélites de cultura para Perú, Ecuador y Colombia, su agenda cultural ha estado limitada a ello y las declaraciones de intenciones que invitan a los Estados miembros a emprender acciones a favor del patrimonio cultural y las comunidades indígenas y afrodescendientes.
Por su parte la OEI, se enfocó en darle una continuidad a los proyectos de circulación de bienes y servicios culturales, a través de la socialización y premiación de experiencias exitosas. Fue así como, desde la instancia de las Conferencias Iberoamericanas de Cultura este OCM asumió la gestión administrativa y financiera de algunos programas surgidos de las Conferencias de Cultura, tales como: Ibermuseos, IberRutas, Ibermúsicas, Iberescena y más recientemente IberCultura Viva Comunitaria. Para la mayoría de estas propuestas, la OEI ha contado con el respaldo de la Secretaria General Iberoamericana, que hasta la primera década del siglo XXI fue pensada como una instancia de apoyo a la dinámica de las Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estado y de Gobierno, pero que a raíz del liderazgo del exsecretario Enrique Iglesias y el interés político de España en el sistema de cooperación iberoamericana como puerta de entrada a sus proyectos de expansión económica en América Latina, terminó convertida en un organismo multilateral más con responsabilidades concretas de soporte administrativo a los programas de la raíz ibero cultural.
Desde el punto de vista estratégico la OEI impulsó una serie de reflexiones interesantes sobre el rol de la cooperación cultural iberoamericana, los temas urgentes para afrontar los cambios de la sociedad de la información y el deber ser de las políticas culturales. Para este fin, la extinta revista Pensar Iberoamérica que funcionó entre el año 2002 y 2006, alberga los pocos análisis sobre este tema. Además a través de la Carta cultural iberoamericana este organismo logró impulsar la idea del espacio cultural común. No obstante, en los últimos años sus acciones frente este tema los centró en la lógica del emprendimiento cultural y dejó de lado una reflexión y línea muy interesante que planteaba la Carta cultural sobre los derechos culturales y los retos como región ante los cambios en los paradigmas de desarrollo.
28De esta manera ha sido el foco de atención en lo cultural como activo económico y por ende, los proyectos de emprendimiento cultural y las metodologías de valoración económica de la cultura lo que ha copado la agenda de los organismos multilaterales de Latinoamérica con funciones culturales. Esta situación se ha generado en parte porque ante la multiplicidad de foros, encuentros, grupos de trabajo y cumbres al interior de los ministerios de cultura de los países latinoamericanos se dio paso para que se configurará un cuerpo de diplomáticos culturales no formales dedicados a participar a nombre de los países en estas estancias. Como resultado, dichos funcionarios terminaron impulsando en las agendas culturales de los diversos organismos multilaterales los mismos temas.
Desafortunadamente, en detrimento de la configuración de sistemas de información cultural, la llamada metodología de las Cuentas Satélites de Cultura terminó cobrando más fuerza en la región, al punto que en poco menos de diez años la mayoría de los países de la región adoptaron esta propuesta de valoración de la cultura, diseñando sus metodologías propias y olvidando que un paso fundamental para lograr generar indicadores macroeconómicos confiables, armonizar esfuerzos entre las instituciones públicas y privadas de la cultura, y lograr en efecto contrastar la información cualitativa y cuantitativa era la consolidación de sistemas de información cultural que otorgarán marcos nacionales para pensar las estadísticas culturales de un país. (Rey, 2015)
A pesar de ello, las CSC han sido muy importantes para fortalecer los procesos internos de planeación estratégica de los ministerios de cultura en América Latina y la han posicionado como la región líder en la implementación de la valoración de la cultura bajo la misma lógica de la contabilidad nacional. Tal como podemos observarlo en el mapa a continuación.

Los demás organismos multilaterales que comenzaron a incursionar en el ámbito cultural en los primeros años del siglo XXI terminaron copiando el camino de la integración cultural, duplicando esfuerzos y sin la capacidad de proponer un perfil claro sobre su accionar en esta área. Llama la atención así que si bien desde la creación del Mercosur, en el año 1991, este albergó la intencionalidad de trabajar por el sector cultural y luego a través del Protocolo de Integración cultural firmado en 1996 este organismo pasó a convocar a los representantes ministeriales de cultura para tener una agenda propia, en la práctica su eje de acción ha estado marcado tanto por el fortalecimiento de las estadísticas culturales, como por los intereses de la institucionalidad que tiene la sede de Mercosur cultural. Ya que al ser Argentina el país que acoge esta instancia de cooperación cultural, el plan de trabajo de este OCM ha estado enfocado en el programa Mercosur Audiovisual y el programa de conservación, restauración y digitalización del patrimonio audiovisual. Temas que son cruciales en la agenda cultural interna del país gaucho y que buscan definir estrategias de internacionalización de los contenidos simbólicos de la industria del cine argentino, en su mercado cercano: Mercosur.
29Adicionalmente, desde el año 2009, Mercosur cultural frente a la paradoja de producir estadísticas culturales se ha concentrado en el diseño y consolidación del Sistema de Información de Mercosur –SICSUR-, mientras que respondiendo a las lógicas del emprendimiento cultural ha promovido la circulación de los productos culturales, a través de lo que ha llamado el Mercado cultural del Sur- MICSUR-.
Por su parte, Unasur en uno de sus primeros intentos por crear conciencia sobre qué significa ser ciudadano suramericano optó por crear una serie de documentales que visibilizan los acervos del patrimonio oral, material y natural de la región. El proyecto Expreso del sur presentado en el año 2013, es muy similar a la iniciativa Expedición Andina que a finales de los años 80´s impulsó el CAB para la región.
A excepción de la propuesta de la Bienal de Arte Sur, Bienal sur, que impulsó Unasur y que actualmente, es ejecutada por la Universidad Tres de Febrero de Argentina, las demás iniciativas estipuladas en el plan de trabajo del Consejo Suramericano de Cultura sigue los mismos temas que la OEI, el grupo de trabajo de la OEA y Mercosur se propusieron La Declaración de la III Reunión de Ministras y Ministros del Grupo de Trabajo Especializado de Cultura, celebrada en Quito, el 7 de diciembre de 2011, priorizó seis temas: “(a). Integración suramericana a través de la cultura. (b). Promover la garantía de los Derechos Culturales y Propuesta de Mecanismos Transversales en la Región. (c). Fortalecimiento de contenidos cultuales para a televisión. (d). Fomento a las Industrias Culturales y la posible creación de un mercado cinematográfico de UNASUR. (e). Fomento de las Rutas culturales. (f). Creación de una plataforma de información cultural compartida”..
De esta manera en términos generales la preocupación por el reconocimiento de la cultura como un activo económico significativo terminó concentrando la gestión de recursos técnicos y económicos de los OCM, dejándole a tema de la defensa del patrimonio cultural, en especial el desarrollo de proyectos concretos como la creación de una lista roja del patrimonio cultural robado y en riesgo en simples declaraciones o proyectos jurídicos. La Decisión 588 de la Comunidad Andina que buscó la sustitución de la Decisión 460 sobre la protección y recuperación de bienes del patrimonio cultural, ni el marco normativo para la protección y salvaguardia del patrimonio cultural aprobado por el Parlamento Andino en el año 2015 han surtido efecto.
Hoy la pobreza de las aspiraciones de la política cultural multilateral es una realidad contundente, que se ha hecho aún más grave con el cierre del área de cultura del Convenio Andrés Bello desde el año 2015 y el viraje hacia la educación cultural que ha cobrado auge en la OEI. Un OCM que a la sombra de una reunión de ministros de educación y bajo el liderazgo de un directivo experto en educación universitaria optó por limitar su agenda cultural a la formación de especialistas en educación artística y a un programa iberoamericano de movilidad de artistas y gestores culturales.
30B. Desafíos a mediano plazo de los OCM
En términos generales, podemos identificar cuatro grandes retos para los organismos multilaterales con líneas de trabajo en el sector cultural:
a. Reorientación de las agendas culturales
Como hemos visto las políticas culturales multilaterales, al igual que las iniciativas nacionales dependen de los modelos de desarrollo en curso y de paradigmas que cobran preponderancia. Tras varias décadas dedicados a estrategias para fortalecer la oferta de bienes y servicios culturales, inicialmente a través de la promoción de una legislación cultural que les concediera a ciertas industrias ventajas tributarias y en los últimos años mediante programas de incentivo al emprendimiento cultural (los llamados programas Iber); es importante que los OCM aborden los debates pendientes del patrimonio cultural y natural, los retos del sector en la sociedad de las cibercultura y revalorice la discusión sobre las garantías de los derechos culturales de las comunidades socialmente excluidas.
b. Accionar efectivo para la protección y salvaguardia del patrimonio cultural
Hoy, pensar el patrimonio en América Latina pasa por el reconocimiento de la necesidad de actuar frente a problemas que han estado latentes, en especial todos los delitos contra el patrimonio material que van desde el robo, saqueo, sustracción durante conflictos, exportación e importación ilegal, hasta tráfico de bienes culturales falsos; pero además se requiere que los OCM asuman su función como faros de pensamiento de temas estratégicos y le den la debida importancia al análisis transversal del patrimonio cultural y natural entendido como una realidad indisoluble. Es desde América Latina, donde claramente se pueden plantear propuestas conceptuales y metodológicas que visibilicen el porqué los acervos patrimoniales inmateriales, materiales y naturales de la rica diversidad que nos caracteriza son claves para los procesos de identidad, memoria histórica, consolidación de redes sociales y generación de activos económicos para las comunidades portadoras de saberes patrimoniales.
c. Consolidar marcos nacionales de estadística
Es evidente que la región de la mano de los OCM ha avanzado significativamente en el análisis de sus estadísticas culturales y que el estudio de las dinámicas de producción cultural han concentrado la atención de los ministerios de cultura. Sin embargo, tal como lo viene reiterando el Instituto de Estadísticas de Unesco, la continuidad, comparabilidad y compatibilidad de estos datos depende de la consolidación de marcos nacionales de estadísticas. No son suficientes los ejercicios de las Cuentas Satélites, ni el desarrollo de sistemas de información cultural que se ciñan a la información provista por entidades públicas. Los OCM están llamados apoyar a los países en el diseño y puesta en marcha de marcos nacionales de estadísticas de manera tal que cualquier estudio público o privado sobre el sector cultural, aborde las mismas categorías de análisis, ofrezca información confiable para la toma de decisiones y pueda ser contrastada con indicadores no monetarios, tanto desde el lado de la oferta, como de la demanda cultural.
d. Articulación de los organismos multilaterales
A pesar de la existencia de figuras jurídicas internacionales que permiten la articulación de las agendas culturales de los organismos multilaterales, como los memorandos de colaboración y convenios de cooperación, a la fecha los organismos con presencia en la región no avanzan en la materia. En parte, esta situación se explica por la falta de planes de trabajo a largo plazo y la concentración de la capacidad de tomar las decisiones sobre las agendas específicas de las áreas de injerencia directa en las figuras de los secretarios generales, directores o directores ejecutivos de los distintos organismos multilaterales. Fundamentalmente porque cada uno de los funcionarios elegidos por los máximos órganos de cada organismo multilateral llegan con una agenda política y sectorial propia, y pueden fortalecer el trabajo con el sector cultural o simplemente invisibilizarlo. Por lo tanto, el principal desafío de los OCM está en evitar la duplicación de esfuerzos técnicos y económicos en el desarrollo de agendas culturales. Se requiere que los organismos hagan ejercicios de planeación a corto, mediano y largo plazo sobre sus posibilidades de apoyar las instituciones culturales de los países miembros, a partir de las especificidades de cada instancia y sin necesidad de multiplicar el número de reuniones ministeriales, consejos y foros.
31C. El rol del Brasil cultural
El sector cultural en Brasil tiene una particularidad muy interesante si se compara con los demás países de la región. En este país, al contrario de lo que sucede en la mayoría de los demás países de América Latina, el dinamismo del sector privado de la cultura representado en gremios, asociaciones de actores, empresas que en los últimos años han incursionado en el mercado digital de contenidos simbólicos y fundaciones como Itau Cultural, demuestran que hablar de política cultural en Brasil pasa obligatoriamente por entender la correlación de fuerzas entre lo público y lo privado. En ese sentido, los retos del multiculturalismo cultural en la región no son exclusivamente un tema en la agenda política del Ministerio de Cultura de Brasil, sino que a la vez existe toda una institucionalidad privada que puede apoyar al país para proponer y liderar ciertos temas. Es a partir de este reconocimiento, que este texto plantea el rol del Brasil cultural, en referencia a las posibilidades de articulación de esfuerzos entre lo público y lo privado.
Por supuesto de partida, el rol de Brasil es estratégico en impulsar los cuatro desafíos anteriormente comentados. Pero más allá de ello, este país también está llamado a superar un problema evidente que ha marcado su papel al interior de los organismos multilaterales y se refiere a la constante inestabilidad del personal de cooperación cultural que impide el desarrollo de acciones inclusive a corto plazo. Este reto está ligado a la necesidad imperante de que como país Brasil logre defender la idea de que en materia cultural es más importante emprender acciones a largo plazo, que buscar por parte de los Estados miembros de los organismos multilaterales el reconocimiento de ciertas políticas culturales de naturaleza gubernamental. En otras palabras, sería interesante que Brasil logre superar la lógica de buscar la visibilidad de sus estrategias del gobierno de turno, (viva cultura o cultura comunitaria) para efectivamente proponer desde los organismos multilaterales agendas que ayuden en dos aspectos: la visibilidad de América Latina como región, y el diseño de modelos de desarrollo cultural sui generis, que posicionen la cultura como eje central de la categoría del Desarrollo Humano.
Anexo 1. Listado de organismos multilateralesde origen latinoamericano
Organismos multilaterales con agenda cultural
ALBA, Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
ALADI, Asociación Latinoamericana de Integración
BID, Banco Interamericano de Desarrollo
CAB, Convenio Andrés Bello
CAN, Comunidad Andina de Naciones
CARICOM, Caribbean Community
CEPAL, Comisión Económica para América Latina
Mercado Común del Sur (Mercosur)
OEI, Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, Ciencia y Cultura
Parlamento Andino
SEGIB, Secretaría General Iberoamericana
SELA, Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe
SICA, Sistema de la Integración Centroamericana
SIECA, Secretaría Permanente del Tratado General de Integración Económica Centroamericana
UNASUR, Unión Suramericana de Naciones
Otros organismos multilaterales
ACS-AEC, Asociación de Estados del Caribe
ALCA, Área de Libre Comercio de las Américas
CIDH, Comisión Interamericana de Derechos Humanos
IICA, Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura
IIN, Instituto Interamericano del Niño
32INTAL, Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe
Organización Latinoamericana de Energía (OLADE)
OPS, Organización Panamericana de la Salud
OTCA, Organización del Tratado de Cooperación Amazónica
PARLACEN, Parlamento Centroamericano
Parlamento Latinoamericano
Bibliografia
AUTISSIER, Anne-Marie. Las políticas culturales en Europa: desafíos sociales e identitarios. Publicación virtual Amnis. 27 septiembre 2014.
CONVENIO ANDRES BELLO. Economía y cultura: la tercera cara de la moneda: memorias del seminario. Bogotá: Convenio Andres Bello, 2001.
GARCÍA, Canclini, Néstor. Las industrias Culturales y el Desarrollo de los países americanos. Revista Interamericana de Bibliografía, 2002.
GONZÁLEZ, Inmaculada. La cooperación educativa ante la rebeldía de las culturas. IEPALA editorial – Universidad Complutense de Madrid, 2005.
GONZÁLEZ Urdaneta, Liliana; Viloria, Hender. El imperialismo cultural y los procesos de integración latinoamericanos. Quórum Académico, vol. 4, núm. 2, julio-diciembre, 2007, pp. 149-169. Universidad del Zulia. Maracaibo, Venezuela.
JARAMILLO, Grace. Compiladora. Los nuevos enfoques de la integración: más allá del nuevo regionalismo. FLACSO, Sede Ecuador. 2008.
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ORTIZ, Renato. Mundialización y Cultura, Convenio Andrés Bello, 2004.
RADL, Alejandra. La dimensión cultural, base para el desarrollo de América Latina y el Caribe: desde la solidaridad hacia la integración. Banco Interamericano de Desarrollo. Buenos Aires, 2000.
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REY, Diana. Sistemas de informação cultural: aprendizagens e desafíos na américa latina. Políticas Culturais em Revista, 2(8), p. 173-187, 2015. Brasil.
Otros
Acuerdo de Alcance Parcial de Cooperación e Intercambio de Bienes en las áreas Cultural, Educacional y Científica (1988). ALADI
Declaración de la Conferencia Mundial de Cultura. Unesco, 1982. México.
Carta Social Andina. 1995. Grupo Andino. Protocolo de Integración cultural de Mercosur. 1996
Decisión 588 de 2004. Sustitución de la Decisión 460 sobre la protección y recuperación de bienes del patrimonio cultural de los países miembros de la Comunidad Andina.
Carta cultural Iberoamericana. XVI Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno Montevideo, Uruguay 4 y 5 de noviembre de 2006.
Declaración de la III Reunión de Ministras y Ministros del Grupo de Trabajo Especializado de Cultura, celebrada en Quito, el 7 de diciembre de 2011.
Declaración de la XVII Conferencia Iberoamericana de Ministros de Cultura. 29 de Agosto de 2014 de México.
Organización de Estados Iberoamericanos para la educación, la ciencia y la cultura. Memoria 2016. Editado julio 2017. Madrid, España.