Políticas culturales y desarrollo Una agenda pendiente

Autor

Alfonso Gumucio-Dagron

Alfonso Gumucio-Dagron es cineasta y escritor, especialista en comunicación, desarrollo y cambio social con cuatro décadas de experiencia en programas de comunicación para el cambio social en África, Asia, América Latina y el Caribe, con agencias de Naciones Unidas, con fundaciones internacionales y ONG. Autor de 30 libros y 15 películas documentales.

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Las políticas culturales no crean cultura, pero favorecen o perjudican las condiciones de su comunicación. Si están a cargo de especialistas pueden ayudar a no confundir el valor con el precio, ni la libre comunicación entre culturas con el comercio sin aduanas.

Néstor GARCIA CANCLINI

Cuando terminé mis estudios de cine en Francia en la década de 1970 envié a Bolivia 60 paquetes de libros de 5 kilos, por unos pocos Francos. Toda mi biblioteca de estudiante. Eso es impensable en el mundo de hoy donde se anularon los precios preferenciales para el envío postal de libros.

Han desaparecido en Bolivia todas las salas de cine de barrio y muchas se han convertido en templos evangélicos. No exagero: no queda ni una sola. En cambio han surgido modernos centros comerciales con tiendas, restaurantes de comida rápida y multicines de 20 salas que a veces proyectan simultáneamente las mismas películas comerciales en varias salas.

Eso mismo ha sucedido con el pequeño tendero de la esquina, la señora que vendía fruta de casa en casa, el lechero que traía dos litros diarios… todos engullidos por supermercados.

Murió doña Rosa Andrade Ocagane y con ella la lengua resígaro, en Perú. En la India murió a los 85 años de edad la anciana Boa Sr, última representante de un pueblo indígena único de las islas Andamán y última persona que dominaba la lengua bo. Cuando falleció, Soma Devi era la única hablante de dura en el Himalaya.

La Unesco ha calculado que cada dos semanas muere un idioma. De los 6.000 que todavía se hablan en el planeta, probablemente la mitad desaparezca en un siglo.

He tenido la fortuna de trabajar en Papua Nueva Guinea, el país con mayor número de lenguas, cerca de 800. Y quien dice lengua, dice cultura, todo aquello que nombra una lengua es el universo de una cultura.

Cuando era niño jugaba en la calle de tierra con canicas, las de un peso pequeñas, y la de 5, las grandes, hasta que el polvo nos partía la piel de las manos. Aplastábamos tapas de refresco en las rieles por donde pasaba el tren. El trompo giraba sobre la palma de la mano y éramos privilegiados si teníamos un mecano o un tren eléctrico.

Ahora tenemos jóvenes que a veces son tragados por el silencio, atrapados por una pequeña pantalla luminosa, aislados entre sí aunque con la ilusión de estar conectados a millones de personas.

La fascinación sobre las nuevas tecnologías lamentablemente no pasa por una reflexión en profundidad sobre la memoria. Creemos que mantener en una nube digital el conocimiento acumulado por la humanidad es la solución final, pero en realidad no hay ningún estudio definitivo sobre la durabilidad de la memoria digital. No sabemos todavía cuánto tiempo dura nuestra información digitalizada. Los nuevos discos duros SSD (Solid State Drive) son más duraderos que los HDD (Hard Disc Drive), pero aunque sigamos cambiando de formatos no sabemos si su permanencia en el tiempo es mayor.

A tal punto esto es preocupante, que la Biblioteca Real de Inglaterra ha decidido que los documentos más valiosos sean impresos en papiro, porque solamente el papiro ha mostrado una durabilidad mayor a dos mil años. Todavía no conocemos la durabilidad de la memoria digital, pues tiene apenas tres décadas de desarrollo, caracterizadas por continuos cambios de formato.

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Entonces, todo lo que era nuestro entorno cultural ha cambiado, pero aquello que lo ha reemplazado en las últimas décadas también es un entorno cultural que debemos estudiar.

Lo que intento decir es que la cultura evoluciona a veces en direcciones que no mejoran nuestras relaciones humanas, ni nos hacen mejores seres humanos, más integrados a la sociedad, ni fortalecen nuestras identidades y nuestros conocimientos.

A fines de la década de 1980 publiqué uno de mis primeros artículos científicos en francés, en la Revue Tiers MondeGumucio-Dagron, Alfonso (1987). “Interaction culturelle et communication populaire” en Revue Tiers Monde, t. XXVIII, n° 111, Juillet-Septembre 1987. Pages 586-594. (París), donde establecía el paralelo entre la evolución cultural y un combate de boxeo entre un peso pesado y un peso pluma. Ya sabemos quién tiene más posibilidades de ganar. En la interacción cultural de todos los días, esta pugna entre la cultura dominante y la cultura local se produce también en términos desiguales, y eso deja cicatrices, deja suturas que son como fronteras culturales donde no cesa el intercambio, pero donde muchas veces se produce un avasallamiento definitivo.

La cultura la vivimos en múltiples formas todos los días, la hacemos todos, pero no tenemos sobre ella una capacidad colectiva de fortalecer sus diferentes tejidos, porque nuestro propio tejido como sociedad está debilitado por factores políticos y económicos.

La cultura y la comunicación se relacionan con todo el ámbito de la vida porque de alguna manera lo contienen todo. Y tenemos que acabar de una vez con la idea de la cultura como manifestación reducida a las expresiones artísticas y de la comunicación como la cereza encima del pastel, un adorno vistoso cuando en realidad ambas están en el corazón del desarrollo humano cotidiano, que incluye la memoria, la historia y las proyecciones hacia el futuro.

En mi experiencia personal me ha tocado trabajar en la relación entre cultura | economía, por ejemplo, cuando viví en Nicaragua durante el primer año de la Revolución sandinista y me tocó imaginar procesos de cultura y comunicación en el marco de la Campaña de Alfabetización Económica del Ministerio de Planificación. ¿Cuál era el problema? ¿Cómo vinculamos ese problema a una estrategia de comunicación con la Central Sandinista de Trabajadores (CST)?

Otra experiencia de la que aprendí mucho tiene que ver con la relación entre cultura | salud, y esto fue mientras trabajé cuatro años con Unicef en Nigeria, donde a principios de la década de 1990, imaginamos una estrategia de comunicación con varias actividades, una de ellas el uso del teatro popular comunitario, con pertinencia cultural, para llegar a comunidades marginadas de áreas rurales donde no llegaba ni siquiera la radio. ¿Cuál era el problema? ¿Cómo tratamos de resolverlo involucrando a las comunidades?

Las relaciones entre cultura | desarrollo local las viví no solamente en Nigeria sino también en México, cuando trabajé en un proyecto de FAO de apoyo a organizaciones campesinas intermedias en dos Estados de México, Nayarit el el norte de Puebla, en una comunidad emblemática que se llama Cuetzalan del Progreso. ¿Cuál era el problema? ¿Cómo lo resolvimos con un presupuesto mínimo y el empuje de la participación comunitaria?

Cada una de estas experiencias podría ser desarrollada en un libro, de modo que no voy a responder aquí, en este corto espacio, a las preguntas que señalan largos procesos de participación, cultura y comunicación.

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De las relaciones entre cultura | educación los brasileños deberían saber mucho porque han tenido la inspiración cercana de Paulo Freire (aunque vivió varios años exiliado en Chile), de quien nos hemos beneficiado en todo América Latina. Todas las experiencias que he mencionado antes y que he desarrollado en mi trayectoria han sido inspiradas por los conceptos de Freire y del pensamiento latinoamericano de las teorías de la dependencia, donde Brasil es uno de los principales referentes.

Finalmente, las relaciones entre cultura | política las he podido detectar en muchas experiencias, pero quizás la que me ha marcado más es la de las radios mineras de Bolivia, pioneras en 1948 de la radio comunitaria en el mundo.

Por todo lo anterior es importante que colectivamente pensemos la cultura como un cable eléctrico que atraviesa la vida misma de la sociedad y de los individuos, y ese pensar colectivo es el proceso que conocemos como “política”, una forma de actuar colectivamente sobre objetivos comunes.

En materia de políticas culturales, como afirma Néstor García Canclini, el retiro del poder público es alarmante porque “las industrias culturales se han vuelto recursos muy dinámicos para la generación de riqueza y empleos”.García Canclini, Néstor (2009). “¿La mejor política cultural es la que no existe?” Revista TELOS, N° 59, Segunda Época. Julio-septiembre 2009. Madrid: Fundación Telefónica. Es decir, se han incorporado al mercado donde sobrevive aquello que se vende bien y no necesariamente lo que es un bien colectivo.

El entierro prematuro en los 1980 de las políticas culturales que tendían a democratizar la cultura, aquellas que nacieron de los movimientos estudiantiles de 1968, se tradujo en la subordinación de las políticas de democratización cultural a los imperativos de la reproducción económica y social, desde una visión del desarrollo casi exclusivamente mediada por la economía de la cultura.

Esa subalternización fue dejando de lado el carácter central de la cultura en la identidad de las naciones o regiones, su importante función en la integración social y su capacidad de intermediación con las nuevas tecnologías, como proveedora de contenido y valores que son esenciales en el desarrollo humano sostenible.

Por ello en un mundo donde la tecnología avanza tan rápido que no nos da tiempo para

cargarla de cultura y de valores, se hacen más importantes que nunca las políticas culturales y comunicativas nacionales, regionales y globales, que recobren el sentido democratizador y diversificador, es decir la pluralidad de miradas desde la participación de la sociedad civil. Este proceso, según señala Ramón Zallo cuando analiza el contexto europeo, debe estar “animando también a una evolución desde el modelo de subsidio al modelo de incitación y coparticipación” porque su objetivo sería coadyuvar “al espesor de la red comunicativa de la sociedad civil como condición misma para la asimilación colectiva de los cambios”.Ley de Imprenta de Bolivia (1925). http://aplp.org.bo/wp-content/uploads/2017/04/1-Ley-de-Imprenta.pdf La Paz: APLP. Consultado el 31 de octubre 2017.

En otras palabras, y siguiendo también a Zallo: “Las industrias culturales de la era digital tienen una vinculación estructural con las de la era analógica en tanto beben de sus contenidos, experiencias y modelos de gestión”.

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Si las nuevas tecnologías no piensan la cultura y la comunicación como proceso estarían negando la historia y desconociendo que siempre hubo una nueva tecnología, es no es una novedad. Cuando nació la fotografía, el cine, la radio, la televisión, internet, se produjeron quiebres, crisis, cuestionamientos, negaciones y fascinaciones que cruzaron las experiencias. La anterior ola de fascinación por la tecnología, fue en los primeros años de 1970, con el difusionismo de Everett Rogers y la modernización de Lerner.

La cultura y la comunicación son en ese contexto inseparables, porque no existe una cultura que no se comunica, tal como hemos visto cuando muere una lengua o muere un anciano con su árbol frondoso de conocimientos.

La ausencia de políticas culturales indica menosprecio desde el Estado hacia la sociedad. Desprecio no solamente por la cultura y sus diversas expresiones, sino desprecio por la misma sociedad que se sostiene en la identidad cultural y el tejido social intercultural.

Pocos Estados han desarrollado en nuestra región una política cultural porque ello significa pensar la cultura colectivamente, y para hacerlo es necesario abrir el debate a través de un comunicación libre e inclusiva, una democratización que puede incluso llegar a amenazar los poderes excesivamente centralizados.

Los problemas de los Estados con las comunidades indígenas, por ejemplo, no revelan el temor de los gobiernos por el número o la fuerza física de esas comunidades, sino su capacidad de instalar en la reflexión la diversidad como verdadero motor de un mejor vivir posible, menos homogenizado y homogeneizador de voluntades.

El proyecto homogeneizador es necesario en términos económicos, de la misma manera que los procesos diversificadores y heterogéneos son esenciales para el fortalecimiento de identidades.

En esa pugna se encuentran las industrias culturales, en un forcejeo permanente entre la satisfacción del mercado y la visión de integración, que no es lo mismo que homogenización.

Esta reflexión me lleva a mencionar algunos ejemplos que conozco mejor, porque me ha tocado trabajar a lo largo de casi cuatro décadas en contextos muy enriquecedores en Asia, África, Oceanía, América Latina y El Caribe.

En nuestra región, Bolivia es un ejemplo paradigmático de la distancia que puede existir entre el discurso y la realidad. Entre un discurso que habla de la diversidad natural y cultural, y una política cultural (de facto), homogeneizadora y al servicio de la economía extractivista.

Cuando digo “de facto” es porque no existe una política cultural que haya sido pensada colectivamente, consensuada y explicitada. Hay acciones aisladas que revelan la ausencia de política cultural disfrazada de activismo artístico.

Lo mismo sucede en el campo de la comunicación, que es una agenda pendiente en Bolivia porque mientras otros países se han dotado de leyes generales de servicios de comunicación, Bolivia sigue atada a un código llamado Ley de ImprentaZallo, R. y J.M. Álvarez Monzoncillo (2002). “Las políticas culturales y de comunicación para el desarrollo de los mercados digitales: un debate necesario”. ZER, Revista Estudios de Comunicación, Universidad del País Vasco (UPV/EHU Press). Vol. 7 Número 13. Bilbao: 2002. que data de 1925. Probablemente es la ley más antigua vinculada a la información que sigue vigente en América Latina a pesar de los cambios tecnológico que ha vivido el mundo desde entonces. La razón para ese estancamiento es clara: el temor de los periodistas de que los gobiernos autoritarios diseñen una nueva ley que dañe la libertad de expresión y que no sea consensuada con la sociedad civil.

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Mientras en Uruguay, Argentina y Ecuador las leyes de comunicación fueron el resultado de procesos desde la sociedad civil, en Bolivia los intentos en ese sentido han sido infructuosos porque el Estado es sordo.

En Uruguay y Argentina numerosas entidades de la sociedad civil trabajaron durante años en procesos de consulta que tenían como objetivo elaborar una lista de puntos no negociables, esenciales para la democratización de los medios y para el ejercicio pleno del derecho a la comunicación. En Ecuador fueron las universidades las que trabajaron en una propuesta que inspiró la ley.

Por supuesto, estas leyes sufrieron modificaciones una vez que los proyectos se presentaron en el poder legislativo de cada país, porque cayeron en manos de las disputas por el poder político.

En los tres países mencionados como ejemplo, no solamente las leyes fueron modificadas en el congreso sacrificando algunos elementos esenciales, sino que la reglamentación profundizó aún más en disposiciones que desprotegían a esas leyes de su independencia política. Eso dio lugar a conflictos sobre todo en Argentina y en Ecuador, donde las leyes se han usado caprichosamente desde el poder central, desnaturalizando el trabajo realizado durante muchos años en la sociedad civil.

En Bolivia hicimos un intento de aportar a la Constitución Política del Estado de 2009 y a una Ley General de Servicios de Información y Comunicación a través de una propuesta que pretendía recoger los mejores insumos de todos los países de la región, para ponerlos al servicio del Estado, de manera que no tuviera que inventar la pólvora de nuevo, sino seguir las mejores prácticas en materia de políticas y legislación.

Nuestro ángulo de entrada fue la radio local y comunitaria, por la propia experiencia pionera de Bolivia en ese campo en el que las radios mineras han sido el paradigma de una cultura comunicacional democrática, independiente y participativa.

La historia de las radios mineras inspiró a emisoras comunitarias en América Latina y el mundo. La manera como nacieron, la importancia cultural que adquirieron en la vida cotidiana de los trabajadores de las minas y su trascendencia política en tiempos de crisis y golpes militares.

Cuando el año 2008, mientras se realizaban los debates de la nueva Constituyente, organizamos el “Seminario Internacional sobre políticas y legislación de la radio local en América Latina” para llamar la atención del gobierno sobre al menos dos aspectos fundamentales:

a) La importancia de democratizar la comunicación para que los esfuerzos de desarrollo en el país se realizan desde una mirada local y sean sostenibles;

b) La importancia de la diversidad cultural que se expresaba día a día en las emisoras comunitarias, convertidas en las únicas garantes de la interculturalidad.

En ese seminario realizado con muy poco recursos participó la mejor gente de América Latina en el tema, es decir, aquellos que había participado en sus países en procesos de constitución y de propuesta de políticas y legislaciones.

El libro que resultó de ese seminario es un referente importante que lamentablemente no fue tomado en cuenta en Bolivia, aunque sí en otros países.Gumucio Dagron, Alfonso y Karina Herrera-Miller (2010). Políticas y legislación para la radio local en América Latina. La Paz: Plural Editores. 474 pág.

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Eso plantea muchas preguntas sobre la voluntad del Estado de dotar al país de una política comunicacional y de una política cultural.

¿Cuales son las prioridades actuales del gobierno boliviano en materia cultural? Es una pregunta cuya respuesta puede encontrarse en algunos despropósitos notables, de los cuales voy a citar dos: el Rally Dakar que consume una parte del presupuesto del Ministerio de Culturas y Turismo, y el Museo de Orinoca, un museo gigantesco, con un costo aproximado de cinco millones de dólares, construido en el pueblo natal del presidente Evo Morales, en un lugar muy aislado del altiplano. Es un museo a la gloria del mandatario.

No hay políticas culturales en Bolivia, solo hay gasto público en actividades que no son prioritarias porque la cultura no se piensa, se ejecuta como una línea presupuestaria más, y por eso seguimos con esa Ley de Imprenta que data de 1925, y seguimos con un debate sin salida sobre la nueva Ley de Cine, y seguiremos pugnando porque se instale la discusión sobre cultura y desarrollo, que nunca se ha dado desde el Estado, y apenas desde la sociedad civil porque las universidades son demasiado tímidas en Bolivia como para impulsar estos debates públicos.

El “aporte” del gobierno boliviano a las nuevas tecnologías, además del lanzamiento de un satélite chino costoso y deficitario para cubrir el territorio del país con la señal del canal oficial de televisión, ha consistido en repartir en las escuelas miles de computadoras con la foto del presidente. Ojalá esa actividad se hubiera inspirado en el Plan Ceibal de Uruguay, donde el programa no se redujo a repartir computadoras, sino a crear contenidos específicos, a garantizar la conectividad en todas las escuelas y parques y a través del sistema MESH de conexión en serie, la capacitación de profesores, y el seguimiento y mantenimiento de las computadoras.

En Bolivia no tenemos siquiera una fecha tentativa para el apagón analógico, ni posibilidades de que eso suceda de manera que el conjunto de la población se vea beneficiada.

En suma, la discusión sobre políticas en el campo de la cultura, de la comunicación y de la educación, es inexistente. Peor peor aún: si las hubiera, no hay garantía de que lo que se aprueba en el papel, se cumpla en la realidad.

El ejemplo más reciente que tenemos es la decisión del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) a fines de 2017, de aprobar la postulación indefinida del presidente, contrariamente a lo que especifica la Constitución Política del Estado que este mismo gobierno aprobó el año 2009.

Conclusión

La política cultural es esencial en el desarrollo porque fortalece la identidad de la sociedad y su participación en el diseño del futuro. Un país sin política cultural debatida, consensuada y explicitada en documentos, simplemente navega en actividades coyunturales que no contribuyen al desarrollo social, cultural, político y económico.